Ruido, silencio y música

«Sólo tengo un corazón, solamente un corazón, vulnerable ante tanta inmensidad… Y si no lo riego yo, con anhelos y con sueños, yo, se me morirá de pena en un rincón» Jose Ft.

Menuda rachita llevamos de averías domésticas en casa, ya es el segundo año consecutivo que empezamos septiembre con una huelga general por parte de la nevera, rotura de termo incluída y algún que otro incidente rocambolesco más en el universo del electrodoméstico. Porque estoy segura (y eso os lo puedo prometer) que el anuncio de Media Mark, «yo no soy tonto», iba definitivamente por mi. ¡Madre Santa! que necesaria y vital es el agua caliente… esa ducha agradable al final del día que te recompone y se lleva por el desagüe todo esos problemillas que te picotean el entre cejo como avestruces rabiosas… o esa hora sagrada del baño de Jorgito, con la dichosa musiquita del Imaginarium. Pues nada… aquí estamos viviendo a lo troglodita desde hace ya más de una semana… transportando congelados, organizando la nevera en bolsas plastificadas y calentando ollas de agua caliente en la vitrocerámica, al más estilo hombre de la caverna.

Eclipse

«Un niño cruzó el universo montado en un burro con alas de plata, buscando una estrella llamada Renata.» Enero en la playa, Facto Delafé y las flores azules.

Eclipse, dícese de ese fenómeno astronómico en el que un cuerpo celeste se pone delante de otro, se alinea de una manera determinada y ocurre el espectáculo.

Cambio de rumbo

«La vida es como un globo aerostático. Para subir más, hay que saber soltar lastre y arrojar por la borda todo lo que nos impide elevarnos.» Raphaelle Giordano

Tenemos miedo, que digo miedo «pánico» al cambio, al giro repentino de planes… a la necesaria y vital forma de girar el volante 360 grados de vez en cuando. Recuerdo alguno de esos instantes clave, pequeños o grandes acontecimientos en la vida que me hicieron levantarme de la silla de golpe. Ese «clic» que señala que es hora de partir, señales, muchas de ellas desapercibidas… como un café que sabe diferente… o esa tristeza sostenida de invierno, una frase en el autobús… aquella canción de Queen… sensaciones con todo y para todo. Es entonces, cuando tras tres o cuatro tardes de duda y melodrama, de películas surrealistas y de litros de helado de chocolate a la americana… decides que hay que dibujar otros caminos. Y aunque la incertidumbre siempre ha sido mi punto débil, he de decir que es de las mejores cosas que nos regala la vida, sino menuda falta de factor sorpresa… ¿no creéis?

Mi primera carta de amor

«Juraría que cada palabra que cantas… la escribiste para mí.» James Arthur

Me pregunto que estarás haciendo ahora, flotando en la calma, preparándote para ese viaje del que aún nada conoces. A mi me entra un gusanillo en la barriga cada vez que hablo de ti… no sé si algún día podrás comprender esa sensación. Amor y miedo, menuda mezcla contradictoria y al mismo tiempo inseparable. Supongo que el miedo es inevitable, pero como siempre te han dicho y repetido, el miedo es sólo al empezar, después todo se afloja, todo fluye… probablemente porque ya estaba establecido que así fluyera en alguna estrella, y la vida transcurre, de la mejor manera que sabe.

Octubre y mi último café en Siberia

«El polvo del centro de la vía láctea es como niebla, opaco a la luz visible e impenetrable para los astrónomos que quieren escudrinar su interior con telescopios ópticos. Por eso sabemos menos de nuestra propia galaxia que de otras mucho mas lejanas.» L.Etxebarría

Verano

Ya estamos de nuevo por aquí, han sido unos meses complejos, llenos de bocetos que se armaban y desarmaban por segundos, llenos de rupturas internas y de comienzos, supongo que como siempre en la vida… hay ratitos de pararse, de reflexionar y de descargar todo aquello que pesa de más. Aún me encuentro en una de esas descargas «siberianas»… pero poco a poco todo se siente más ligero. Birichinata está siendo un caos absoluto que no termina de concordar, un batiburrillo lleno de piezas que encajan pero se repelen a la vez, aunque aquí sigo inmersa en este sueño, compartiendo con todos vosotros este proyecto… difícil de interpretar.

Y es que a lo tonto a lo tonto nos hemos metido de lleno en otro verano más, un verano de calorín, de sombrillas a borbotones y de ajetreos… Parece que el metro cuadrado de playa vale oro. Que lejos quedaron aquellos días de invierno, de paseos por esas arenas nostálgicas… Los veraneantes no saben de la magia de la playa de invierno, de sus secretos, ni de su tempestad…

Y aunque me disfrazo de turista y me entremezclo entre las señoras con gafas a la última y sombreros ibicencos, esta arena siempre me hace sentir especial, en casa, en esa casa veraniega que se prepara año tras año para el festín, para esos meses intensos de julio y agosto, dando todo de sí misma en un verano de luces y ferias, rebosando ruido, música, carcajadas y brindis con mojito a la luz de la luna… Es bonito ver esa estampa repitiéndose año tras año, desde la perspectiva de morriña de los días lejanos, en los que la ciudad nos olvida y nos convierte en una postal de nevera, en una taza de recuerdo para el desayuno, o en ese amor de verano que nunca volverá… desde esos días en los que la niebla marinera lo respira todo y el ritmo se enlentece y todo absolutamente todo se hace místico, recordándome porque esta es la única orilla del mundo que no dejaría nunca de mirar.