Principio de incertidumbre

Sal ahí fuera y elige bien, tú que tienes todas las posibilidades, cierra los oídos frente al ruido. Sólo el que no puede te dirá que tú tampoco podrás, así que abre las alas enormes hacia el cielo, y vuela hacia donde quieras. Eres tremendamente afortunado de cada carretera que se te presenta, afortunado de la posibilidad y de esa maravillosa incertidumbre que lo dibuja todo, recordándonos que estamos vivos.

Ya Heisenberg hablaba de la incertidumbre en mis viejos libros del instituto, en aquellos temas complejísimos de mecánica cuántica, en los que garabateaba mirando por la ventana. El Principio de Incertidumbre venía a decir algo así como que es imposible determinar a la vez, en los términos de la física, la posición y el momento lineal. Es decir, que cuanto más nos empeñamos en saber donde está una partícula en el espacio, más lejos estamos de conocer a qué velocidad se mueve. Si lo piensas bien, esto también ocurre en la vida. Intentas conocerte, sentir el anclaje de tus sueños desde los zapatos y sopesar los caminos, los silencios, las pausas entre tempestades. Pero la incertidumbre lo distorsiona todo y el tiempo se pasa feroz, atrapándonos en sus entretenimientos.

Aprendemos, dejando a un lado la posición espacial, aunque nos cueste, agarrándonos con fuerza a la velocidad, a los giros inesperados, perdiéndonos profundamente en días raros, en los que nos descubrimos. Esas partes brillantes y desconocidas de nosotros mismos, que nos hacen mejores, y aquellos lugares profundos y tenebrosos, que ni siquiera sabíamos que existían. Porque la velocidad nos conduce a reflexiones en salas de estar con cortinas de terciopelo rojo, sacándonos de nuestra zona de confort de golpe y para siempre, poniéndonos a prueba frente a los espejos.

Retos de incertidumbre que nos invitan a un tazón de chocolate caliente en un café perdido entre dos mundos. Y allí, en un sueño, sentada entre dos portones de acero, llegas a la conclusión de que nada es tan importante como parecía al principio del cuento, y de que lo verdaderamente importante en la vida se presenta sin filtros, ni retoques de Instagram. Así, a todo color, con todos sus detalles e imperfecciones, sin tomas falsas. La vida es canosa, con arrugas, con manchas; de maquillaje, de vino, de puré de zanahoria. Con zapatos que pierden las tapillas, desgastan las suelas, chaquetas a las que se les descosen los botones. Calles que nos recuerdan el camino a casa. Tú en pijama comprando un frasco de jarabe a las dos de la mañana para que baje la fiebre, esa canción de Ferreiro que cantamos los lunes bajo la lluvia, con la coleta mal hecha y el pelo sucio, o es ese rato en el que paramos el mundo un segundo para emocionarnos y brindar con vino tinto. Toda esa parte enorme no fotografiada, que no permite matices, ni contrastes, ni efectos de recorte, en la que probablemente salgamos borrosos, con ojeras y un tanto desgastados, pero mucho más reales. Porque este juego va de eso, personas, incertidumbre y mucha improvisación junto a ese puñado de seres geniales que el destino nos regala.
Así que puede que no merezca la pena anticiparse, ni realizar tantos esquemas previos, porque lo que tenga que ser será igualmente, aunque te resistas a ello con toda la fuerza de los mares. Porque la tempestad no avisa y la magia sucede a todas horas, delante de nuestros ojos, aunque nos la perdamos, centrados en distracciones absurdas. Puede que ya sea hora de soltar los miedos y los castigos del todo, alzar las velas y separarnos de la ansiedad, siendo un poco más libres. Quizás sea hora de aceptarse y de vivir, con nuestros defectos, empezando por unir las palabras de otro modo, diciéndonos otras cosas, tratándonos mejor. Porque si las palabras se atraen, que se unan entre ellas, ya lo dijo el poeta Haley, y a brillar, que son dos sílabas.

«Botas usadas, lazos con inscripciones y recuerdos, un santuario en un acantilado que dibuja el fin del mundo; en otro siglo, no había datos de navegación más allá de ese faro, así que el mundo simplemente terminaba ahí, en ese punto, sin más. El universo conocido se precipitaba al vacío tras aquellas aguas. Nunca hubo playa de invierno con mayor incertidumbre y más magia que Finisterre.»  #cartasdesdelacasitamarinera

«Nadie conoce mejor mis silencios. Si callo delante de ti. Que arda un incendio, que calen los huesos. Que rompa este muro por fin.» Daniel Fernández

2 Comentarios
  • Bea
    Responder
    01/03/2020

    Muy bonito bea

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