Diario de una Cuarentena, el día que cambió el mundo

«Abróchense los corazones de seguridad, que se aproxima un temporal. Y den más tiempo a todo, a lo que ya nunca le dan, no hay otra forma de escapar.» Fran Mariscal.

Tú estuviste allí, en aquel invierno gris que llamaban primavera, con tu sonrisa eterna recorriendo las tres habitaciones de la casita marinera, cantando canciones y aplaudiendo a todas horas desde el balcón. Con tu alegría inmensa inundando las paredes, tu mirada azul de niño, las estrellas de tu telescopio y esos cuentos que ampliaron cada espacio minúsculo y claustrofóbico a todo un cosmos de aventuras.

Siempre te escribo que los huracanes llegan de golpe, que no avisan, que lo verdaderamente loco de la vida se presenta así, y te cambia el mundo. Ojalá hubiese sido mentira, hubiese sido otra de esas cosas que se escriben sin más, pero que nunca ocurren.

Que lejos se ve el mar desde la ventana hoy. Brisa helada y desafiante en este domingo raro, manos resecas y recuerdos flotando sobre la cabeza. Aquellos ratos de verano en los que flotábamos en el agua panza arriba, mirando al sol, sintiendo el vaivén de las olas y los murmullos de chiringuito. El mar, ahora concentrado en un punto solitario donde nadie cabe. Imagino que puedo tocarte, que me tiro en picado sobre una de tus olas, y vuelvo a esas charlas de toalla comiendo sandía con las manos al son del baile del verano, carcajadas, el bote de crema derramado en el bolso nos parece el fin del mundo, una pelea tonta por no se qué y un tipo con bigote y camisa de flores vendiendo pulseras de conchas.

Despierto. En la calle sólo hay silencio y un profundo eco que intento transformar en poesía. Que raro… resulta que éramos felices y ni siquiera lo sabíamos.

Sólo espero que después de este oleaje feroz hayamos aprendido algo, que lo cotidiano es la verdadera felicidad a la que aferrarnos y que dar las gracias debería ser la misión de cada día el resto de nuestras vidas. Porque aunque el frío no ahogue, tenemos que abrigarnos para sentirnos protegidos, abandonando el ego, el yo primero, admitiendo que necesitamos de los demás para superar el invierno.

Aquí estoy, escribiendo quizás una de las entradas que más me ha costado escribir desde que inicié esta aventura hace ya más de seis años, pero una gran amiga me dijo hace días que escribiese algo, que era terapéutico y se me daba bien (muchas gracias por animarme a ello). El caso es que se me atascan las emociones en la garganta, y ya no sé si tengo tos, o emociones retenidas, pero quiero gritar muy alto y viajar hasta saturno, y no puedo, y no se que deciros… En estas horas que son años y estas tardes que son siglos, me doy cuenta de que puede que necesitemos de manera vital compartir la vida, construir historias que nos recuerden. Porque desde este encierro siento que me he perdido quizás demasiadas de esas historias por ir deprisa, por priorizar erróneamente. Y me arrepiento.

Me gustaría poder bajar la escalera para darle un beso a mi vecina de abajo, que creo que jamás he visto, para darle las gracias por continuar preparando el café cada día a las ocho y media de la mañana y regalarme ese olorcillo de siempre. Como si esto no hubiese sucedido nunca, y tan sólo hubiese sido un sueño extraño del que por fin hemos conseguido despertar. Abrazar también a ese chico de enfrente, por entonar canciones cada noche desde su terraza y brindar con una lata de cerveza en la distancia y gritar «ya queda menos». A esa señora rubia de gafas, que saluda a Jorge cada vez que pasea a su perrito y nos bailotea algo desde la cera de enfrente. Querría abrazaros a todos, a todas esas historias con las que comparto espacio y tiempo, porque tuvo que llegar esta hecatombe para recordarnos que nos teníamos en frente.

«Pero son las ocho y has salido, a aplaudir a tu ventana, me dan ganas de llorar. Al vernos desde lejos tan unidos, empujando al mismo sitio… sólo queda un poco más.» Lucía Gil

Querida Cris

Te imagino entrando allí, con tu traje verde como canta tu canción de Izal, y también me pregunto que sucederá cuando los malos sean más fuertes y volar no sea tan fácil. Pero entonces llamas por una videollamada de wassap y nos preguntas qué tal estamos, qué hemos comido hoy y qué vamos a ver en Netflix… Con tus marcas en la cara tras llevar durante mil horas el equipo de seguridad en una UCI colapsada; y descubro entonces que se puede ser aún mucho más superheroína de lo que imaginaba, y que probablemente no eres de este planeta, y eres Perseide de verdad, viniste a la tierra y no me lo inventé en aquella tarde de disfraces. (Te quiero mucho)

Antes de despedirme, quiero mandar todo mi amor desde la casita marinera a todos esos sanitarios con superpoderes y a mis compañeros boticarios, por vuestra entrega en estos días difíciles de vendaval. Y también a todos los que hacéis que sea posible el día a día a pesar del aguacero, los que trabajáis en industrias, supermercados, en servicios de limpieza, transporte, reparto, en el campo.

Y a ti, que me lees, gracias por estar ahí, gracias por quedarte en casa.

Mil gracias a todos por salvar el mundo.

Bea

1 Comentario
  • Bea
    Responder
    24/03/2020

    Muy bonito bea. Ojalá despertar Ya

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