Los inusuales grises

«Tuve todos los continentes en mi bolsillo después de tu abrazo.» Elvira Sastre.

Las historias se acaban y los atardeceres parecen desprender otra luz. Y el mundo cambia. Miras al cielo, esa oscuridad penetrante, todas esas estrellas que probablemente ya no existirán en la otra dimensión, sueñas con otros sistemas planetarios llenos de polvo, gases y materia oscura, con planetas con dos lunas sobre un horizonte violeta y un océano turquesa. Y piensas… ahí sentada sobre la silla de plástico de Carrefour, que menuda cantidad de espacio desaprovechado; y entonces lo que te parecía un mundo absoluto, por segundos se vuelve inapreciable en medio de ese fondo cósmico. Y respiras, por fin, después de haber estado sumergida bajo el agua.

Porque puede que ya no bailes, ni remes como antes, ni te dejas tocar el corazón con palabras ni canciones brindando con cerveza, puede que se hayan apagado tus ganas de entrar de puntillas en la habitación para dibujar satélites, y que las sonrisas que conocías ya no existan en este universo, por más que hayas intentado buscarlas hasta en las sombras. Lo que no está se esfuma hasta de los sueños, desapareciendo finalmente entre la bruma. He querido atrapar esos recuerdos, para no olvidar, para poder acordarme de lo que fue, al volver a puerto.

Maldito abismo lleno de dudas, de culpas y ausente de perdones. Un campo abierto que sólo tú conoces, y en el que sólo tú sabes perderte, ese terreno desierto, inhóspito, sin fuerza gravitatoria, ni masa luminosa, ni ganas, ni ojalás, del que por más que lo intentes no sabes salir, ni despegarte. Eses lugar que apaga las luces de los soles, que desdibuja las estrellas y te ahoga en pozos sin purpurina. La ansiedad. Ya lo cantaba Love of Lesbian en su canción los males pasajeros, «desde mi oposición, desde la humilde opinión de un gris payaso… caerá todo lo injusto que es sentir las alegrías como inusuales casos, paranormales y aislados.»

Creo que necesitamos desertar, empujar hacia arriba, rompiendo el pegamento, saliendo de ese campo devastado. Porque desertar es el verbo que eligen los que no quieren ir a la guerra, los que no quieren pelear contra un muro de piedra y desgastados de agarrarse al viento, deciden cerrar los ojos confiando en ese abismo de estrellas del que os hablaba al principio de este cuento, soltando lastre y dejándose vencer de algún modo, para por fin ganar. Olvidando cada mañana los tormentos de la noche, los precipicios y los fantasmas del día anterior, ignorando lo enormes que se hacen ahí dentro, tan increíblemente nítidos e  inmensos. Evaporarlos, arrastrarlos y ahogarlos en ese mar azul, como inusuales grises.

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