Catarsis

«Cuando ya no sepas donde ir, sólo vete donde te de más miedo, las cosas que no puedes cambiar, son las mismas que acaban cambiándote luego.» Beret

Somos vulnerables, toda la armonía puede romperse en un periquete. Eso nos lo ha enseñado bien esta pandemia. Al parecer era verdad que el mundo puede cambiarte un sábado cualquiera comiendo nachos con queso en el sofá, feliz pensando en el vestido que ibas a ponerte para la súper boda del año, envuelta en lo que eran las preocupaciones del día a día y muy muy ajena a la realidad que se nos venía encima. Porque si nos dijesen hace un año que íbamos a estar más de tres meses encerrados en casa y que nuestra realidad iba a estar dominada por las restricciones y la necesidad de bajar esa dichosa curva vertiginosa, no nos lo hubiésemos creído jamás de los jamases. Esas cosas no pasaban aquí, podíamos verlas por la tele como mucho, en un pueblo remoto de China, y suspirar unos segundos… «pobre gente», y seguir cotilleando al vecino de turno en Instagram o achicharándonos el pelo con la ghd. Nuestras preocupaciones eran demasiado banales, podía pasarle a otros… pero no a nosotros. Así es el ego, asumimos con mucha naturalidad todos los éxitos, pero los fracasos, la desdicha… eso parece que no nos corresponde. Y por eso, todo este lío nos golpeó en la cara de una forma tan brusca e inesperada, no estábamos preparados para la adversidad, y menuda adversidad nos tenía preparada el destino.