Tormenta de verano

Entre recortes y cuadernos leí una frase que tenía guardada desde hace años, desde aquellos difíciles y extraños tiempos de instituto en los que fuí más odiada que querida… por razones que aún a día de hoy desconozco. «El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quién es». Que raro… porque si esto es verdad, al final no hay tanto amor, ni tanta gente que nos quiera con los ojos cerrados. Y es que en el amor se mueven muchos intereses, cuantas veces no intentamos moldear al otro, cuantas veces no nos hemos sentido moldear; desde lo más mínimo hasta lo infinito, hasta la pérdida. (Lo siento).
Quiero ayudarte a que seas quien eres y que vueles tan alto que casi no pueda atraparte. Quiero que me ayudes a volar hacia los planetas con los que sueño y que una vez allí te acurruques a mi lado y me recuerdes quiénes somos realmente, para que no lo olvide perdida en la inmensidad y me apague entre las estrellas. 
Y como te echo mucho de menos, hoy voy a hablar de ti… para que mis palabras se pierdan en este universo de códigos html y me leas si te acuerdas desde aquel país de muy muy lejano.

Desde Siberia

La sencillez es preciosa, las cositas pequeñas del día a día… sin saber muy bien por qué, a pesar de los días insoportables y del aburrimiento inevitable, una extraña energía nos atrapa y nos mantiene enganchados al despertar… a la vida. Y queremos estar despiertos para siempre, y queremos, queremos y queremos…

Desafiando la gravedad

Cuantas veces habré escuchado y tarareado esta canción en mis tardes infinitas de Londres, quizás fue uno de los grandes tesoros que me llevé de la ciudad del Támesis… después de un año allí me parece un buen regalo que compartir. La descubrí gracias a Mike, un tipo muy peculiar y mejor persona, un romántico de la vida en definitiva, como yo… como muchos que soñamos y soñamos repartidos por el mundo con historias de película y bandas sonoras.
Desafiando la gravedad, volando sobre los que pensaron que no lo conseguiríamos, que éramos débiles, porque los que no pueden suelen impulsarnos a abandonar el vuelo. A los que pensaron que nos hundiríamos en el más pequeño charco del camino y a los que creyeron que no seríamos capaces de atravesar océanos a nado. Hoy les canto que si pudimos hacerlo. Nadamos ayer y hoy hasta el desaliento, en aguas con oleaje… a pesar de las tormentas. Ahora grito a pleno pulmón que nosotros desafiamos y definimos la gravedad y lo seguimos haciendo cada día, porque ahí esta la magia de este fantástico viaje. Sin límites, juntos, libres… para siempre.

Cumplimos dos años

Que alegría que el blog haya continuado estos dos años. Al principio era difícil organizar un blog con tantas ideas, pero poco a poco me he esforzado en darle forma y sentir mucho más cada una de las entradas que escribo.

Ya estamos en 2014, es un número bonito, el 14 me da buenas vibraciones… probablemente porque nací un 14 de mayo presiento que este será un buen año, un año de orden, un tiempo para recoger los frutos que hemos sembrado y visualizar mucha más luz en el camino. 

Vuelta a casa

La vida son momentos, momentos que pasan, que están entre nuestras manos o que esperan. La navidad está llena de momentos dulces, de ilusión y de reencuentros. Aterricé hace ya una semana, pero aún puedo escuchar el alboroto de Oxford Street si me lo propongo, supongo que una parte de mí aún continúa volando entre dos mundos, entre dos países. Cuantas veces habré refunfuñado por el clima de Londres y su falta de luz. La nostalgia es un sentimiento muy extraño, dulcifica los recuerdos hasta el punto de conmovernos.

Bye bye London

Hoy he recordado por qué escribo, por qué tengo este blog y por qué a veces siento la necesidad de esconderme en las cafeterías con un viejo cuaderno y un lápiz a garabatear. Es cosa del alma, de las emociones atrapadas que necesitan liberarse, salir con las palabras. Pero a veces son demasiado fuertes, y entonces tenemos que llorar… que reír o partirnos en dos.
«Rompí a llorar.  Me encanta esa expresión. No se dice rompí a comer o rompí a caminar. Rompes a llorar o a reír, y merece la pena hacerse añicos por esos sentimientos.» Albert Espinosa

Diciembre

31 días de sueños

Nunca dejamos de dar vueltas, de movernos hacia alguna parte. Así es la vida, hacer maletas y deshacerlas, tener miedo y caminar. Perderse y encontrarse, o no encontrarse y a pesar de todo seguir buscando.

Creo que la vida de las personas puede medirse de muchas maneras, algunas personas se miden a sí mismas por sus logros, por el dinero, por lo que poseen, por ese golpe de suerte. Mientras que otros lo hacen por el trabajo, el sacrificio, por lo que han conseguido y cosechado. Estos suelen ser los más inteligentes.

 

Yo siempre he pensado que una forma muy buena de medir tu vida es mirar a tu alrededor y darte cuenta de quiénes se miden contigo. Cuando la gente que se mide contigo es extraordinaria, probablemente es que vayas por el buen camino. Me emociona ver a la gente inquieta, trabajando duro por construir ese barco con el que sueñan.  Diciembre es el mes de los soñadores.

Aquellas pequeñas cosas

Volando en Bicicleta

Cuando era pequeña pocas cosas me hacían más feliz que subir con mi bicicleta la colina de mi urbanización, era duro aquello, pedalear hacia arriba nunca fue fácil, toda una hazaña, en pie sobre los pedales, girándolos con toda la fuerza y la energía que tenía, como si aquello fuese lo más importante de mi vida… Porque merecía la  pena llegar a la cima, visualizar todo ese mundo bajo mis pies. Era una conquista genial, por un instante, todo! absolutamente todo me pertenecía. Subir sobre el sillín y dejarse caer, a veces sin manos, sin pies… volando durante segundos sintiendo aquel airecillo húmedo en la cara y aquella sonrisa…

El caso es que con el tiempo, sin darnos cuenta nos volvemos demasiado exigentes con eso de la felicidad. Hace mucho que no pruebo a deslizarme en bicicleta por aquella colina, ya casi he olvidado aquellas sensaciones. Hace como diez años que realizo ese trayecto en coche, una rutina práctica, sin acordarme casi nunca de la niña que fui. Prometo que cuando regrese a casa, será la primera cosa que haré. Sin pies, hacia abajo… volando!

Dibujando cohetes para volar muy lejos

Coloreaba figuras, prismas de colores superpuestos. Me encantaba seleccionar las tonalidades y componer mezclas imposibles. Como una expresión de mi libertad perdida, una toma de control absoluta del universo que nadie me podía arrebatar.
Dibujaba frente a la chimenea, con la alfombra repleta de «carioca», ese olor a cuadernos y a ceras de color… las manos manchadas y por supuesto algún que otro garabato en la cara. Porque por un instante el mundo es un folio en blanco, un espacio abierto que nos permite ser lo que queramos ser. Y es que en defenitiva el blanco puede convertirse en cualquier cosa.

Aquellas princesas…

Un día no hace demasiado tiempo fuimos princesas… y vivimos en un palacete, solíamos sentarnos en nuestros tronos de colores y jugábamos a arreglar el mundo en eternas tardes de café, mientras un cuadro de Audrey Hepburn presidía nuestro reino.

Aquellos días en la universidad, parece que fue ayer. Todas metidas en el ascensor, apretujadas y esos chistes absurdos que sólo entendíamos nosotras. Una charla rápida en el bar de abajo y a pasear los apuntes por las bibliotecas. Éramos de las del «hoy no salgo»… y ni siquiera volvíamos a casa a cambiarnos de pantalones 😉 Un autobús de la nada. Madrid, por ejemplo. El equipaje, vuestra compañía.