Querida niña extraterrestre

Hoy te diré aquellas cosas que nunca te dije…
Te escribo a ti, sí a ti… a esa filósofa griega atrapada en la época moderna, a esa astronauta con miedo a las alturas, a esa extraterrestre en la tierra. Has huido de piratas, atravesado meteoros sin armadura y dios sabe que te ha picado, que te ha dolido… Jolín si hasta has ardido de forma desbordante; pero qué habría sido de tu viaje sin esa posibilidad. Al parecer has vuelto de Siberia esta madrugada, no se cuanto tiempo sueles andar metida en sus heladas, sólo sé que esta salida sólo es temporal, y probablemente corta, no más de uno o dos ciclos lunares, imagino. Y es que en el fondo te encanta lo místico. Bueno, no quiero que te disculpes por ese universo tuyo, no deberías pedirme perdón por mudarte a tus planetas. Tengo claro que el que te exige explicaciones jamás encontrará naves para llegar a ti.

Verano en Saturno

 Saturno es el segundo planeta más grande del sistema solar y también el más liviano… y es que hasta en el cosmos perfecto no siempre las cosas son lo que parecen. Treinta lunas cada noche… ¿Y si fuésemos un ratito a Saturno, como hacía el principito en sus viajes… en un salto, sin más… sin naves espaciales, ni películas de ciencia ficción; un ratito de verano nada más, para enamorarnos otra vez entre sus lunas, tan enormes como la tierra. Me encantan los veranos de Saturno porque allí siempre es invierno, por su velocidad y su pausa, por sus contradicciones… por ser la única bola cósmica capaz de flotar en un océano de agua.