Aquellas pequeñas cosas

Volando en Bicicleta

Cuando era pequeña pocas cosas me hacían más feliz que subir con mi bicicleta la colina de mi urbanización, era duro aquello, pedalear hacia arriba nunca fue fácil, toda una hazaña, en pie sobre los pedales, girándolos con toda la fuerza y la energía que tenía, como si aquello fuese lo más importante de mi vida… Porque merecía la  pena llegar a la cima, visualizar todo ese mundo bajo mis pies. Era una conquista genial, por un instante, todo! absolutamente todo me pertenecía. Subir sobre el sillín y dejarse caer, a veces sin manos, sin pies… volando durante segundos sintiendo aquel airecillo húmedo en la cara y aquella sonrisa…

El caso es que con el tiempo, sin darnos cuenta nos volvemos demasiado exigentes con eso de la felicidad. Hace mucho que no pruebo a deslizarme en bicicleta por aquella colina, ya casi he olvidado aquellas sensaciones. Hace como diez años que realizo ese trayecto en coche, una rutina práctica, sin acordarme casi nunca de la niña que fui. Prometo que cuando regrese a casa, será la primera cosa que haré. Sin pies, hacia abajo… volando!

Dibujando cohetes para volar muy lejos

Coloreaba figuras, prismas de colores superpuestos. Me encantaba seleccionar las tonalidades y componer mezclas imposibles. Como una expresión de mi libertad perdida, una toma de control absoluta del universo que nadie me podía arrebatar.
Dibujaba frente a la chimenea, con la alfombra repleta de «carioca», ese olor a cuadernos y a ceras de color… las manos manchadas y por supuesto algún que otro garabato en la cara. Porque por un instante el mundo es un folio en blanco, un espacio abierto que nos permite ser lo que queramos ser. Y es que en defenitiva el blanco puede convertirse en cualquier cosa.

Aquellas princesas…

Un día no hace demasiado tiempo fuimos princesas… y vivimos en un palacete, solíamos sentarnos en nuestros tronos de colores y jugábamos a arreglar el mundo en eternas tardes de café, mientras un cuadro de Audrey Hepburn presidía nuestro reino.

Aquellos días en la universidad, parece que fue ayer. Todas metidas en el ascensor, apretujadas y esos chistes absurdos que sólo entendíamos nosotras. Una charla rápida en el bar de abajo y a pasear los apuntes por las bibliotecas. Éramos de las del «hoy no salgo»… y ni siquiera volvíamos a casa a cambiarnos de pantalones 😉 Un autobús de la nada. Madrid, por ejemplo. El equipaje, vuestra compañía.

La hierba creciendo

Chispeaba, ese tipo de lluvia que nadie termina de comprender, el caso es que para llorar así no llores, o arrancas de verdad, con la liberación de emociones que eso supone o te secas las lagrimillas… Paseaba, un tanto enfurruñada por esa llovizna estúpida tan típica de Londres, cuando ví pasar un chico con una camiseta peculiar, llevaba un mensaje que no pasó para nada inadvertido ante mis ojos,»listen to the grass grow», fue una revelación para mí. Y es que a veces necesitamos «esa» pausa, cerrar los ojos y percibir las cosas de otra manera, «parar» en definitiva. Abrir los oídos y sentir que es lo que está pasando desapercibido… escuchar el mundo, apartarnos de las dificultades y simplemente escuchar la hierba crecer. Es cierto que nos cuesta «escuchar», quizás nos entretenemos, nos distraemos demasiado…

Historietas de verano

No sé muy bien como expresar este cúmulo de emociones que siento en el corazón,  ya se acabaron mis dos semanas de vacaciones. Días intensos, llenos de recuerdos, de música y de quebraderos de cabeza, como no podía ser de otra manera viniendo de mí, que soy un torbellino de sentimientos a flor de piel.
La verdad es que me cuesta mucho dejar atrás mi playa y empezar de nuevo. Voy a echar mucho de menos esos cafés de media tarde tostándonos al sol. La orilla, tumbarme boca arriba sobre el mar y sentir el va y ven de las olas… en fín todos sabemos que las cosas parecen mucho más simples desde ese ángulo.

Siempre

El tiempo pasa, eso es inevitable, nos empeñamos en detener los relojes y nos resulta imposible. Los segundos pasan a velocidad de vértigo y frente a eso sólo nos queda disfrutarlos con la mejor de las sonrisas. Os miro y veo tantos recuerdos, tantas historietas vividas, tantas carcajadas… tantos carnavales de color. Lo mejor de caminar es que vosotras siempre recorréis el camino paralelo y de vez en cuando, puedo observaros por encima de los matorrales para ver que tal.
Siempre habrá plazoletas que unirán los caminos en un punto, siempre contaremos con puntos estratégicos, rincones para encontrarnos en un instante infinito, uno de esos que te llevas para siempre; y entonces será como volver a encontrarnos, volver al principio del camino.
Now and then, Amigas para siempre 1995

Las cosas importantes

Solemos aprender las lecciones de la vida sentados en la mecedora de la salita, cuando ya el bastón es nuestro mejor aliado, cuando la mitad de lo que éramos se quedó en el camino y los que nos enseñaron a caminar nos observan desde Dios sabe donde.

Postal de San Valentín

Ayer en el autobús de vuelta a casa, un señor de unos cincuenta y tantos. Llevaba una mochila vieja, media rota… de la cual asomaba un pequeño ramo de flores rojas, le sonreí brevemente y él me devolvió el guiño.
Ayer comprendí por qué la gente regala flores en San Valentín.

Arena mojada

Echando de menos la playa

Gracias Ivan por cada una de tus canciones, hacen que el mundo gire mucho mejor.

Colores tostados

Unas horas contigo misma… colores cálidos, flores y perfume de café, una copa de vino y un baño de burbujas. A veces es bueno perderse para volverse a encontrar. Reencontrarse en otro estado, en otro punto y volver a empezar. Hoy te recomiendo que te sumerjas en la armonía de los colores tostados y te dediques tiempo.