Verano

Ya estamos de nuevo por aquí, han sido unos meses complejos, llenos de bocetos que se armaban y desarmaban por segundos, llenos de rupturas internas y de comienzos, supongo que como siempre en la vida… hay ratitos de pararse, de reflexionar y de descargar todo aquello que pesa de más. Aún me encuentro en una de esas descargas «siberianas»… pero poco a poco todo se siente más ligero. Birichinata está siendo un caos absoluto que no termina de concordar, un batiburrillo lleno de piezas que encajan pero se repelen a la vez, aunque aquí sigo inmersa en este sueño, compartiendo con todos vosotros este proyecto… difícil de interpretar.

Y es que a lo tonto a lo tonto nos hemos metido de lleno en otro verano más, un verano de calorín, de sombrillas a borbotones y de ajetreos… Parece que el metro cuadrado de playa vale oro. Que lejos quedaron aquellos días de invierno, de paseos por esas arenas nostálgicas… Los veraneantes no saben de la magia de la playa de invierno, de sus secretos, ni de su tempestad…

Y aunque me disfrazo de turista y me entremezclo entre las señoras con gafas a la última y sombreros ibicencos, esta arena siempre me hace sentir especial, en casa, en esa casa veraniega que se prepara año tras año para el festín, para esos meses intensos de julio y agosto, dando todo de sí misma en un verano de luces y ferias, rebosando ruido, música, carcajadas y brindis con mojito a la luz de la luna… Es bonito ver esa estampa repitiéndose año tras año, desde la perspectiva de morriña de los días lejanos, en los que la ciudad nos olvida y nos convierte en una postal de nevera, en una taza de recuerdo para el desayuno, o en ese amor de verano que nunca volverá… desde esos días en los que la niebla marinera lo respira todo y el ritmo se enlentece y todo absolutamente todo se hace místico, recordándome porque esta es la única orilla del mundo que no dejaría nunca de mirar.

Querido YAGGI…

Dicen que es posible conocer a una mujer si sabes lo que lleva dentro de su bolso… en nuestro caso fijo que sería complicado. Demasiada información 😉 Sobre todo si se convierte en ese lugar infinito donde todo el mundo guarda algo…
Hoy me apetecía hablaros de una marca de capazos hechos a mano, YAGGI, por dos jóvenes emprendedoras que han decidido lanzarse a esta aventura, apostando por las cosas bonitas y hechas con amor. Y es que cuando miro mi querido YAGGI en mi rincón de casa, veo mucho más que un bolso de playa, y me siento afortunada de valorar esa esencia de las cosas, esa magia que nos aparta del producto masificado y repetitivo, regalándonos originalidad, elaboración sostenible y personalidad.
Detrás de YAGGI hay dos almas creativas, que no paran de sonreír a la vida; Marifé e Irene, dos amigas antes que socias y mejores personas.