Cambio de rumbo

«La vida es como un globo aerostático. Para subir más, hay que saber soltar lastre y arrojar por la borda todo lo que nos impide elevarnos.» Raphaelle Giordano

Tenemos miedo, que digo miedo «pánico» al cambio, al giro repentino de planes… a la necesaria y vital forma de girar el volante 360 grados de vez en cuando. Recuerdo alguno de esos instantes clave, pequeños o grandes acontecimientos en la vida que me hicieron levantarme de la silla de golpe. Ese «clic» que señala que es hora de partir, señales, muchas de ellas desapercibidas… como un café que sabe diferente… o esa tristeza sostenida de invierno, una frase en el autobús… aquella canción de Queen… sensaciones con todo y para todo. Es entonces, cuando tras tres o cuatro tardes de duda y melodrama, de películas surrealistas y de litros de helado de chocolate a la americana… decides que hay que dibujar otros caminos. Y aunque la incertidumbre siempre ha sido mi punto débil, he de decir que es de las mejores cosas que nos regala la vida, sino menuda falta de factor sorpresa… ¿no creéis?

Y así con este esquema de actuación, me marché de mi querida Granada de azar, dejé mi playa de invierno una vez… partí del ajetreado Madrid que nada iba conmigo, regresé de Londres, comprobando que no sería feliz para siempre en una ciudad nublada, por mucho que me enamorasen sus rincones pintorescos. Y llegué al momento actual, a esta parte del viaje que huele a mar, a recortes y a cartulina. Probablemente el lugar donde siempre había querido estar desde el principio del todo.

¿Y tú qué quieres?

Como dijo Raphaelle Giordano, al inicio de su novela Tu segunda vida empieza cuando descubres que sólo tienes una: «Sueño con que todo el mundo descubra y fomente sus capacidades y sea responsable de su propia felicidad. Pues nada hay más importante que vivir acorde con los sueños que uno tenía de niño… Buen camino.»

Puede que esa chispa genial que nos incita al cambio, sea la misma que nos impide regresar a ese lugar del pasado donde un día fuimos infinitamente felices, puede que por el miedo a no encontrar nuestros recuerdos donde los dejamos. Y es que ser capaz de regresar… es igual de difícil que ser capaz de marcharse un día.

Se avecina un cambio fascinante, uno de esos locos y apasionados, que nos hacen sumamente valientes ante el ruido y nos ofrecen una versión de nosotros mismos hasta ayer desconocida. Presiento que la película de Dyer, El cambio, volverá a mis retinas muy pronto.

He salido a pasear, a recoger hojas de colores para un mural de otoño que estoy construyendo en la cocina, que solitaria es la playa en noviembre, que solitarias se vuelven las tardes, el teléfono, los cafés… Te paras y entiendes que necesitabas «parar» hace ya meses, pero el ajetreo de tu mundo te impedía ver según que cosas. Puede que por inseguridad, puede que por no querer soltarte de ese lazo del pasado que ahora (aunque precioso) parece un espejismo. Pero es que «soltarse», está bien, porque te libera, te invita a dejar de esperar, a dejar de decepcionarte. No es que te empuje a conformarte (porque eso no es), sino que te devuelve ese sentimiento de agradecimiento que perdemos cuando deducimos que los demás deben darnos lo que deseamos que nos den.

Recuerdas esa libertad perdida que tenías de niña, cuando los días sólo ofrecían posibilidades y no te daba vergüenza dibujar o explorar el campo en la oscuridad, candelero en mano. Hoy me metería en una cápsula del tiempo para visitar a esa niña parlanchina de dieciséis años, para darle un achuchón gigante y decirle que «por favor jamás deje de plasmar sus sueños en servilletas de papel.»

Y así, paseando entre las palmeras, bajo la ventolera marinera, escuchando «tal vez te acuerdes de mi», de Andrés Suarez y Elia Velo, entendí cosas. El paso del tiempo, es como un amor del pasado, la mente siempre lo dulcifica, le pone musiquilla de fondo, y parece un videoclip. No suele darme vergüenza hablar de emociones, creo que es la barrera mágica que todos deberíamos traspasar para ser libres, de hecho creo que esa particular forma de sentir es la que me ha hecho desgarrarme tantas veces por dentro, y aunque desgarrar sea una palabra extrema, no hay una mejor forma de definir ese descalabre.

Se acerca un cambio de rumbo, se respira en la playa, en el viento helado acompañado de ráfagas calientes, se siente en el suelo, en las noches en vela. Necesidad de soltar lastres, de navegar, de partir de nuevo. ¿Nos vamos?

«La gente quiere risas, pero no, no saben de tí tanto como yo.» Andrés Suarez

Gracias por leerme princesas y sapos, un besazo enorme y hasta la próxima. BB

#cartasdesdelacasitamarinera

Instagram

3 Comentarios
  • Leire
    Responder
    18/11/2017

    Palabras de hojas que se caen, de emociones…
    Precioso otoño.

  • George
    Responder
    21/11/2017

    Que bien escribes, cuanto me gusta leerte.

  • Leoncillo
    Responder
    27/11/2017

    Otra entrada preciosa y con mucho fondo. Gracias.

Dejar un Comentario: