Catarsis

«Cuando ya no sepas donde ir, sólo vete donde te de más miedo, las cosas que no puedes cambiar, son las mismas que acaban cambiándote luego.» Beret

Somos vulnerables, toda la armonía puede romperse en un periquete. Eso nos lo ha enseñado bien esta pandemia. Al parecer era verdad que el mundo puede cambiarte un sábado cualquiera comiendo nachos con queso en el sofá, feliz pensando en el vestido que ibas a ponerte para la súper boda del año, envuelta en lo que eran las preocupaciones del día a día y muy muy ajena a la realidad que se nos venía encima. Porque si nos dijesen hace un año que íbamos a estar más de tres meses encerrados en casa y que nuestra realidad iba a estar dominada por las restricciones y la necesidad de bajar esa dichosa curva vertiginosa, no nos lo hubiésemos creído jamás de los jamases. Esas cosas no pasaban aquí, podíamos verlas por la tele como mucho, en un pueblo remoto de China, y suspirar unos segundos… «pobre gente», y seguir cotilleando al vecino de turno en Instagram o achicharándonos el pelo con la ghd. Nuestras preocupaciones eran demasiado banales, podía pasarle a otros… pero no a nosotros. Así es el ego, asumimos con mucha naturalidad todos los éxitos, pero los fracasos, la desdicha… eso parece que no nos corresponde. Y por eso, todo este lío nos golpeó en la cara de una forma tan brusca e inesperada, no estábamos preparados para la adversidad, y menuda adversidad nos tenía preparada el destino.

Los inusuales grises

«Tuve todos los continentes en mi bolsillo después de tu abrazo.» Elvira Sastre.

Las historias se acaban y los atardeceres parecen desprender otra luz. Y el mundo cambia. Miras al cielo, esa oscuridad penetrante, todas esas estrellas que probablemente ya no existirán en la otra dimensión, sueñas con otros sistemas planetarios llenos de polvo, gases y materia oscura, con planetas con dos lunas sobre un horizonte violeta y un océano turquesa. Y piensas… ahí sentada sobre la silla de plástico de Carrefour, que menuda cantidad de espacio desaprovechado; y entonces lo que te parecía un mundo absoluto, por segundos se vuelve inapreciable en medio de ese fondo cósmico. Y respiras, por fin, después de haber estado sumergida bajo el agua.

Diario de una Cuarentena, el día que cambió el mundo

«Abróchense los corazones de seguridad, que se aproxima un temporal. Y den más tiempo a todo, a lo que ya nunca le dan, no hay otra forma de escapar.» Fran Mariscal.

Tú estuviste allí, en aquel invierno gris que llamaban primavera, con tu sonrisa eterna recorriendo las tres habitaciones de la casita marinera, cantando canciones y aplaudiendo a todas horas desde el balcón. Con tu alegría inmensa inundando las paredes, tu mirada azul de niño, las estrellas de tu telescopio y esos cuentos que ampliaron cada espacio minúsculo y claustrofóbico a todo un cosmos de aventuras.

Principio de incertidumbre

Sal ahí fuera y elige bien, tú que tienes todas las posibilidades, cierra los oídos frente al ruido. Sólo el que no puede te dirá que tú tampoco podrás, así que abre las alas enormes hacia el cielo, y vuela hacia donde quieras. Eres tremendamente afortunado de cada carretera que se te presenta, afortunado de la posibilidad y de esa maravillosa incertidumbre que lo dibuja todo, recordándonos que estamos vivos.

Ya Heisenberg hablaba de la incertidumbre en mis viejos libros del instituto, en aquellos temas complejísimos de mecánica cuántica, en los que garabateaba mirando por la ventana. El Principio de Incertidumbre venía a decir algo así como que es imposible determinar a la vez, en los términos de la física, la posición y el momento lineal. Es decir, que cuanto más nos empeñamos en saber donde está una partícula en el espacio, más lejos estamos de conocer a qué velocidad se mueve. Si lo piensas bien, esto también ocurre en la vida. Intentas conocerte, sentir el anclaje de tus sueños desde los zapatos y sopesar los caminos, los silencios, las pausas entre tempestades. Pero la incertidumbre lo distorsiona todo y el tiempo se pasa feroz, atrapándonos en sus entretenimientos.

La pequeña navidad

«Yo no quiero que me necesites, quiero que cuentes conmigo hasta el infinito. Y que el más allá, una tu casa y la mía.» Poemas, Elvira Sastre

Pasarán miles de navidades y seguirá oliendo a rosquillas recién hechas en el rellano de la escalera, aunque te hayas ido y ya no haya bandejas. Ese olor a flores de jardín tras tus orejas, a colonia Puig en el baño, a café y a ralladura de naranja por los pasillos. Y seguiré recordando aquel vaso de leche que solíamos preparar juntas en el balcón, mientras veo la ciudad encendida, tarareando por dentro ese «vuelve…» sin que nadie pueda escucharme, en habitaciones diferentes, en las que a veces llega una ráfaga de perfume que me recuerda a ti. Escucho a Adriana Moragues a toda vozcantando eso de «Vuelve, aún hay demasiada gente por aquí que pregunta por ti.» Y me sale ese suspiro tonto, el suspiro absurdo de la imposibilidad.

Little Queen

«No vuela quien tiene alas… sino quién tiene un cielo». Elvira Sastre

Suena Where I stand de Mia Wray en el escritorio del salónla casita marinera resulta abrasadora en verano, las horas parecen pesar, y que queréis que os diga es imposible que pueda tomarme un café frío en una taza. Descubro un rincón entre dos ventanas, donde el mar se siente de golpe, un escondite secreto para escribir un rato, pero Jorgito me encuentra, este niño no suelta su manta ni en el mes de agosto, se acurruca a mi lado con la brisilla marinera y escribimos juntos. Que bonita es esta canción, me transporta a mi planeta burbuja, a esos ratos infinitos de vino blanco, no consigo sacármela de la cabeza.